IGNACIO RAMONET: NUEVA ERA DE CONQUISTA


Este artículo es el Prólogo del libro “Estado Villano”, de William Blum, se extrae y publica en “Venezuela es Mujer Heroica” con el objetivo de brindarle a los lectores un análisis que desarrolla el escritor Ignacio Ramonet en respuesta a los acontecimientos que se suscitan en los países literalmente violados por el sistema capitalista o lo que es igual el Imperialismo Inicuo que lidera el Gobierno de Estados Unidos de América en alianza con los Estados más poderosos en el proceso de producción y explotación en la globalización. Sin más esta servidora les invita a leer lo que a continuación se presenta.

¿Cuál es el estado actual del mundo? Además de la guerra conducida por Estados Unidos contra el “Terrorismo Internacional”, y la ya extensa ocupación militar de Irak, el fenómeno central es que casi todos los Estados siguen animados en la gran dinámica de la globalización liberal. Es una segunda revolución capitalista. La mundialización llega a todos los rincones del planeta, ignorando la independencia de los pueblos y la diversidad de los regímenes políticos.

La tierra conoce así una nueva era de conquista, como lo fueron el descubrimiento de América y las colonizaciones. Pero mientras los principales actores de las precedentes expansiones de conquista eran los Estados, esta vez son las empresas y los conglomerados, los grupos industriales y financieros privados que pretenden dominar el mundo. Jamás los amos de la Tierra fueron tan pocos pero poderosos. Estos grupos están localizados en la Tríada – Estados Unidos, Europa, Japón –, pero la mitad de ellos tiene su base en Estados Unidos. Es un fenómeno fundamentalmente estadounidense.

Esta concentración de capital y de poder se aceleró formidablemente en el curso de los últimos veinte años, bajo el efecto de las revoluciones tecnológicas de la información. Un nuevo salto adelante será efectuado en este milenio, con el dominio de las nuevas técnicas genéticas para manipular la vida. La privatización del Genoma humano y la patente generalizada del viviente, abre nueva perspectivas de expansión al capitalismo. Una gran privatización de todo aquello que corresponde con la vida y la naturaleza se prepara, favoreciendo el surgimiento de un poder probablemente más absoluto que todo el que se ha podido conocer en la historia.

La mundialización no intenta conquistar los países sino a los mercados. La preocupación de este moderno poder no es la conquista de los territorios como lo fue con las grandes invasiones o durante los períodos coloniales, sino tomar posesión de las riquezas.

Esta conquista se acompaña de destrucciones impresionantes. Industrias enteras son brutalmente siniestradas en todas las regiones, con los sufrimientos sociales resultantes: desempleo masivo, subempleo, precariedad, exclusión. Cincuenta millones de pobres en Europa, mil millones de desempleados y subempleados en el mundo… Sobreexplotación de hombres, mujeres, y – más escandaloso aún – de niños: trescientos millones de ellos son explotados en condiciones de una brutalidad sin precedente.

La mundialización es también el pillaje planetario. Los grandes grupos saquean sin medida; ellos sacan provecho de la riqueza de la naturaleza que son el bien común de la humanidad; lo hacen sin escrúpulo ni freno. Esto se acompaña de una criminalidad financiera ligada a los medios de negocios, y a los grandes bancos que reciclan suman que sobrepasan los miles de miles de millones de dólares por año, una cantidad idéntica al producto nacional bruto de una tercera parte de la humanidad.

Todo lo están convirtiendo en una mercancía: las palabras y las cosas, los cuerpos y los espíritus, la naturaleza y la cultura, y ello va provocando un empeoramiento de las desigualdades. Nosotros sabemos que el foso entre ricos y pobres se ha profundizado durante los últimos dos decenios ultraliberales (1979 – 1999). Pero, ¿Cómo saber en que punto está esa desigualdad? Fácil: las tres personas más ricas del mundo poseen una fortuna superior a la suma del Producto Bruto Interno de los 48 países más pobres, o sea un cuarto de la totalidad de Estados del mundo…

Uno descubre igualmente: “En 1960, el 20% de la población mundial que vivía en los países más ricos tenía unos ingresos treinta veces superiores al del 20% de los más pobres. En 1965, sus ingresos ya eran 82 veces superiores!” [1]. En más de setenta países el ingreso por habitante es inferior al que había hace veinte años… A escala planetaria, cerca de tres mil millones de personas – la mitad de la humanidad – vive con menos de 1,5 dólares diarios, y sin ningún tipo de seguridad social…

La abundancia de bienes llega a niveles sin precedentes, pero el número de aquellos que no tienen techo, ni trabajo, ni el mínimo de alimentos diarios necesarios aumenta sin parar. Así, sobre los 4,5 mil millones de habitantes que tienen los países subdesarrollados, cerca de un tercio no tiene acceso al agua potable. Una quinta parte de los niños no absorbe la cantidad suficiente de calorías o proteínas. Y unos dos mil millones de personas – el tercio de la humanidad – sufre de anemia.

¿Esta situación es fatal? No, porque tiene soluciones simples. Según la Organización de las Naciones Unidas, para que toda la población del globo tenga acceso a las necesidades básicas (comida, agua potable, educación, salud) será suficiente con deducir menos del 4% de la riqueza acumulada por las 225 fortunas más intensas del mundo. Satisfacer universalmente las necesidades sanitarias y nutricionales esenciales se lograría con trece mil millones de dólares, que es lo que gastan los habitantes de Estados Unidos y de la Unión Europea en perfumes cada año…

La Declaración Universal de los Derechos Humanos – que en 1998 celebró su 50 aniversario –, afirma: “Toda persona tiene derecho a un nivel de vida adecuado que le asegure, así como a su familia, la salud y el bienestar, y en especial la alimentación, el vestido, la vivienda, la asistencia médica y los servicios sociales necesarios”. Pero estos derechos, a ojos de una gran parte de la humanidad, son cada vez más inaccesibles.

Tomemos, por ejemplo, el derecho a la alimentación. La comida no falta. Los productos alimenticios nunca fueron tan abundantes, y las cantidades existentes deberían permitir a cada uno, de los seis mil millones de habitantes del planeta, disponer por lo menos de 2.700 calorías por día. Pero no es suficiente con producir alimentos. Falta aún que ellos puedan ser comprados y consumidos por los grupos humanos que tienen esa necesidad. Y eso está bien lejano. Cada año, treinta millones de personas mueren de hambre. Y más de ochocientos millones sufren de subalimentación crónica.

Nada es inevitable. Cuando ellas tienen la posibilidad de intervenir, las organizaciones humanitarias pueden detener una naciente escasez de alimentos en unas semanas. A pesar de ello, el hambre continúa diezmando poblaciones enteras. ¿Por qué? Porque el hambre se ha convertido en un arma política y de poder. Al final, el papel del clima como responsable de las grandes hambrunas se ha vuelto marginal: ahora es el hombre quien hambrienta al hombre.

Conocido por sus trabajos que muestran como las políticas de ciertos gobiernos pueden causar hambrunas, aunque los alimentos abunden, el profesor Amartya Sen, quien recibió el Premio Nobel de Economía en 1998, afirma: Uno de los hechos más remarcables de la terrible historia del hambre, es que nunca ha existido una hambruna grave en un país dotado de una forma democrática de gobierno y con una prensa relativamente libre” [2]. Oponiéndose a las tesis neoliberales, se estima que se debe dar al Estado, y no al mercado, mucha más responsabilidad en la promoción del bienestar de la sociedad.

A pesar de ello, en la hora actual, las estructuras estatales, así como estructuras sociales tradicionales, están siendo barridas de manera desastrosa. Un poco por todas partes, en los países del sur, el Estado se hunde. Zonas sin Estado de derecho y entidades caóticas ingobernables se desarrollan, escapando a toda legalidad, cayendo en un estado de barbarie donde sólo los grupos de saqueadores están en condiciones de imponer su ley, chantajeando a la población civil. Surgen peligros de nuevo tipo: crimen organizado, redes mafiosas, especulación financiera, gran corrupción, extensión de nuevas pandemias (sida, virus del Ébola, el llamado “mal de las vacas locas”, etc.), poluciones de fuerte intensidad, efecto invernadero, desertificación, proliferación nuclear, fanatismos religiosos o étnicos, etcétera.

Al momento de la guerra que adelanta la administración Bush contra el “terrorismo internacional”, y mientras continúa la caótica ocupación contra Irak, las censuras y manipulaciones, bajo aspectos diversos, paradoxalmente regresan de manera imponente. Nuevos y seductores “opios de masas” proponen el “mejor de los mundos”, distrayendo a los ciudadanos e intentando desviarlos de la acción cívica y reivindicativa. En esta nueva era de la alienación y de la mentira, en la hora de la “World Culture”, de la “Cultura Global”, y de las mentiras planetarias, las tecnologías de la comunicación juegan como nunca antes, un papel ideológico central para amordazar el pensamiento.

Todos estos cambios, rápidos y brutales, desestabilizan a muchos dirigentes políticos. Generalmente se sienten desbordados por una mundialización que modifica las reglas del juego y los deja parcialmente impotentes. Porque los verdaderos amos del mundo (a excepción del presidente de Estados Unidos de Norteamérica) no son aquellos que figuran ejerciendo el poder político.

Es por esto que muchos ciudadanos multiplican las movilizaciones contra estos nuevos poderes. Ellos siguen convencidos de que, en el fondo el objetivo final de la mundialización liberal en este amanecer del nuevo milenio, es la destrucción de lo colectivo, de la apropiación por el mercado privado de las esferas pública y social. Y están decididos a oponerse.

1. Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD): Informe Mundial sobre el Desarrollo Humano, 1998, Nueva Cork, septiembre 1998.

2. El País, Madrid, 16 de octubre de 1998.

IGNACIO RAMONET

DIRECTOR DE LE MONDE DIPLOMATIQUE

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